sábado, mayo 24, 2008

6. Recital de ascenso

Y llegó el día del recital. Ese día no estaba tan nerviosa como en el recital de mi grado. No sé, había algo que me ayudaba a tranquilizarme de una manera inconsciente. Podía ser el clima, estaba haciendo mucho frío, el sol resplandecía y el aire emanaba una alegría plena en el ambiente. Había ensayado muy duro, me sentía bien preparada, mi mamá estaba conmigo y eso me daba toda la paz que necesitaba, además de tener a Roberto acompañándome también. Todo era perfecto para mí, por esos días.

Mi mamá y yo salimos del apartamento muy temprano en la mañana, después de desayunar lo que acostumbrábamos en Bogotá. ¡Qué recuerdos tan agradables!
Fuimos a comprar unos accesorios que me hacían falta para el atuendo y a recoger el vestido que ya estaba terminado. Yo le había mandado fotos del vestido a mi mamá, pero obviamente quería verlo en persona. Nos quedamos de encontrar con Roberto en un restaurante después de hacer todas las vueltas, para almorzar los tres juntos.

Nuestra conversación fue muy amena, mi mamá y Roberto era como si se conocieran desde hace rato, mi mamá nos observaba mucho y a veces se quedaba pensando sin pronunciar ninguna palabra. Simplemente, escuchaba lo que decíamos todo el tiempo. Sin embargo, a veces participaba de la conversación con una sonrisa siempre en su rostro. Mi mamá como siempre tan linda.

Terminamos nuestro almuerzo y Roberto salió para su casa, quedó de recogernos dos horas antes del recital, yo tenía que llegar con mucha anticipación para hacer un pre ensayo y luego ir a mi camerino a relajarme un poco. Nosotras mientras tanto, salimos para el salón a que nos peinaran y maquillaran para la ocasión.
Fueron varias horas de enriquecimiento personal, en donde nos atendieron como unas reinas y nos dejaron muy bellas para el evento.

En el apartamento, nos vestimos y quedamos listas. Yo con mi flauta en mano y mi mamá pendiente de que no se nos quedara nada. Al rato llegó Roberto por nosotras, bajamos y nos llevó directo a aquel recital en el que yo tenía que lucirme como siempre, para así, lograr de una vez por todas trabajar en la orquesta sinfónica de Boston, como un miembro activo, ganando mi puesto fijo.

Llegamos por fin al Simphony Hall y Roberto se llevó a mi mamá para sus puestos preferenciales a esperar a que comenzara el concierto. Mientras tanto yo, me fui para el camerino para alistarme al pre ensayo sin sonido y a concentrarme luego para tocar. Esa era mi noche. Estaba en uno de los mejores escenarios del mundo para un concierto de la orquesta sinfónica y yo ese día era la solista. Ni siquiera me alcanzaba a imaginar la cantidad de personas que iban a ver el concierto. La primera colombiana solista que pertenecía a la orquesta sinfónica de Boston. Era simplemente el evento del año para mí.

Respiré profundo, permanecí en silencio media hora, tratando de no pensar en nada mientras estaba en el camerino antes de salir al escenario a brillar. Mi flauta conmigo y los músicos de la orquesta afinando sus instrumentos. Todo en vilo, aunque seguro y firme desde el recinto. Había buenos presentimientos, de que todo iba a salir perfecto.

Llegó la hora y el director entró:

- Débora… It’s time.
- Ok. Thanks.
- Everything’s gonna be alright.

Lo miré con una pequeña sonrisa en los labios y me dio un abrazo de aceptación. Me sentí aún más firme, más certera. Cuando escuché mi nombre salí. El Simphony Hall estaba totalmente lleno, aunque todas las luces apuntaban hacia mí, lograba divisar las manos de las personas aplaudiéndome desaforadamente. Saludé al director y me puse en posición. La batuta dio permiso para empezar la función y la orquesta entró con una fuerza única. El concierto había comenzado. Los sonidos de los violines, las violas, los chelos, los contrabajos, los vientos de madera y de metal, la percusión y el arpa arrasaban el lugar con su mezcla de encanto y efusión y ahí entré yo. La orquesta seguía acompañándome entre un tono piano y mezzopiano, mientras que yo entre mezzoforte y forte, me jugaba el mejor partido para triunfar. Sentía que flotaba y que todas las notas que salían de mi flauta, brotaban sin ningún contratiempo y generaban la mejor música de todas. Cuando terminé, mis dedos y mi boca estaban totalmente rojos y el público de pie me ovacionaba feliz de haber recibido dos horas de un hermoso concierto, que sería inolvidable por mucho tiempo.

Se cerró el telón y me dirigí al camerino a recoger mis cosas. Mis compañeros de la orquesta me abrazaban felicitándome por tan maravillosa presentación y el director me aseguró que se sentía orgulloso de haberme dado la oportunidad de ir a trabajar con él en la orquesta. No podía ser mejor. Era sin ninguna discusión el mejor día de mi vida. Mi mamá y Roberto fueron a buscarme al camerino y los tres abrazados lloramos sin parar por unos minutos. No me decían nada, simplemente lloraban y me abrazaban con más fuerza cada vez. Hasta que en un momento comenzamos a saltar abrazados, felices de mi triunfo, felices de mi ascenso.

Los tres fuimos en busca de Virginia y Raúl. Estaban esperándonos en el lobby del auditorio y con una sonrisa encantadora Raúl me abrazó como nunca desde que lo conocí, lo había hecho. Él siempre había sido muy distante y poco conversador, pero sentí que se le había despertado en él, un cariño muy fuerte por mí desde ese día.

Roberto se acercó a Virginia y Raúl con la intención de presentarles a mi mamá. Pero mi mamá que estaba un poco distraída abrazándome, hablaba conmigo y observaba cómo la gente que pasaba me saludaba y me felicitaba, no se había fijado cuando Roberto le dijo:

- Raquel… ¡Te presento a mis padres!

Roberto tuvo que repetirle dos veces más para despertarla y sacarla de esa burbuja.

- ¡Ay! Que pena, estaba elevada.
- Mucho gusto… Raquel.

Le dio la mano a Raúl sin detallarlo muy bien y a Virginia la saludó diciéndole a Roberto que a ella ya la conocía desde la universidad y que fue a través de ella que había conseguido el apartamento para que Débora se quedara. Se abrazaron gracias al reencuentro y en un momento en que las dos estaban hablando, la voz de Raúl salió de su cascarón.

- Raquel… ¿no te acuerdas de mí? Soy Raúl.

El rostro de mi mamá se transformó, tratando de disimular inmediatamente el asombro que le ocasionó el encuentro con Raúl.

- ¡Ah!... Hola… ¡claro que si! No sabía que te habías casado con Virginia… ¿Cómo estás? ¡Cuánto tiempo!
- Bien… ¡muy bien!

Los dos se quedaron con la mirada fija en el otro, pero mi mamá aunque trataba de disimular, su rostro evidenciaba que por su mente pasaban una infinidad de pensamientos que tenían que ver con el pasado, presente y futuro. Se quedó impávida y suspiró, volviendo en sí cuando le toque el hombro para que saliéramos a la celebración.

- Ah si mi amor… ¡vamos!
- ¿Nos vemos en el restaurante Virginia?
- Si Débora, nos vemos allá. ¿Tu te vas con Roberto, cierto?
- Si… mi mamá y yo.

Todos salimos del Simphony Hall a sus respectivos autos, mientras mi mamá, aunque conversaba y participaba con nosotros entre risas por la emoción del momento, de todas maneras aún continuaba un poco ensimismada y ausente. Nunca supe qué fue lo que le pasó, no me lo quiso contar en ese viaje. Se devolvió para Colombia y me quedé sin saberlo, sólo hasta unos meses después me enteré de la verdad.

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