viernes, marzo 28, 2008

La verdad de Débora

Aquella mañana del solsticio de invierno en que la ciudad se reventó de frío y una tormenta de nieve empañó cada rincón, cada calle, cada autopista y cada exuberante edificio se cristalizó, quebrantándose en grandes y pesadas piezas de hielo. Aquel día, en que el cielo permaneció totalmente oscuro, a pesar de ser un poco más de las nueve de la mañana y en donde las costumbres cotidianas de un día común y corriente permanecían intactas, aunque pareciera que el día estaba por terminar, antes que comenzar. Ese mismo día, Débora se enteró de toda la verdad.

Precisamente el día anterior, había llegado desde Colombia un sobre tamaño carta, un poco grande y pesado para su contextura, que sin contener ningún objeto distinto a varias hojas de papel, se logró organizar en aquella caja de su buzón principal. No era algo normal por estos días, en que el auge de las tecnologías prescindía de lo tradicional y auténtico. Recordaba que hace algunos meses, durante el otoño, Raquel la había visitado con el fin de conocer la ciudad, pasear por un tiempo, pero sobre todo, su principal objetivo, asistir a su primer concierto como solista y miembro activo de la orquesta sinfónica de la ciudad y aunque seguían escribiéndose por correo electrónico, le asaltaba la duda de por qué le enviaba un sobre con esas magnitudes.

Ella revisaba la caja de buzón casi todas las noches siempre que llegaba a su casa después de una rutina de ensayos o de encuentros pasionales con Roberto. Pero precisamente esa noche, en que aquel sobre inconsciente e inquilino de su buzón permanecía allí sin ser visto, llegó con un cansancio proveniente de un día cubierto de incertidumbres, de sentimientos encontrados y de ilusiones posfechadas, por lo que decide seguir directo a descansar sin pensar en absolutamente nada más.

Había tenido un pequeño encuentro con Raúl en la mañana cuando fue a la casa de Roberto para que la acompañara a comprarse unas botas que tanto necesitaba para cubrirse del frío con la idea infinita de reemplazar esas que trajo desde Bogotá y que ya le tallaban hasta las rodillas. Raúl al recibirla en la entrada, la invitó a desayunar al ver que Roberto permanecía en la ducha como si no se hubiera bañado en una semana entera y fue ahí, en ese preciso instante en que le asaltó aquel sentimiento latente que lo tenía guardado sin saberlo y que había nacido cuando lo vio a él por primera vez en el aeropuerto.

No quiso comer nada, cuando lo vio se dio cuenta de inmediato que sí, que sentía algo por él y se dio cuenta que le llamaba mucho la atención, de manera que la angustia le apretó el estómago de inmediato sin dejarla casi respirar, trataba de disimular pero realmente no pudo hacerlo. Raúl notó instantáneamente que algo le sucedía. Ya había estado con él en muchos momentos anteriormente en el que ella permanecía tranquila compartiendo algún desayuno, almuerzo o cena, o simplemente tomándose un café en compañía de Virginia y de Roberto también, pero prefirió quedarse callado. Así era él, callado y ensimismado, hablaba estrictamente lo necesario y no veía la necesidad de ahondar en la intimidad de Débora si ella no le decía por su propia voluntad.

No duró mucho tiempo, pero fue el instante más largo que Débora haya vivido alguna vez o que haya recordado vivir. Sin ningún reparo, se disculpó y subió las escaleras en busca de Roberto. Quería salir corriendo pero si lo hacía evidenciaba aún más su desesperación, menos mal Virginia no se encontraba en la casa, por que ella sin ninguna consideración la hubiera indagado automáticamente. Se le iluminó el rostro cuando vio que Roberto ya estaba listo para salir y más aún cuando le dijo que quería desayunar por fuera, por que quería ir a Caffe Vittoria para degustar del café italiano que hacían en ese lugar y por supuesto seguir ahondando en su gusto totalmente cambiante y altruista. Además no tenía hambre por haberse despertado muy temprano en la mañana y sin ninguna razón específica había comido un poco de fruta y cereal.

El día estaba muy frío, en las calles caía nieve, pero se podía transitar tranquilamente por la ciudad con la afluencia del tráfico normal de un día cualquiera. Débora estaba más ausente de lo normal, pensativa y meditabunda. No pronunciaba palabra alguna, solo mantenía la mirada fija en el horizonte que alcanzaba a divisar a través del parabrisas del auto y sostuvo aquel estado durante unos pocos minutos, por que cuando se dio cuenta de ese silencio ensordecedor que le salía de la mente sin consultar, decidió olvidarse del tema y seguir como si nada hubiera pasado por el resto del día. De vez en cuando aparecía una imagen fugaz que se estrellaba en su cerebro sin avisar, pero con solo cerrar los ojos desaparecía de la misma forma en que había llegado.

Fue un día agotador para Débora, por que aunque Roberto sospechaba intuitivamente que le sucedía algo a ella, eligió dejar de preguntar cada vez que su sospecha se desvanecía cuando Débora volvía a la realidad de aquel trance mental. Para ella fue totalmente extenuante tener que sacar esa fuerza supra humana para salirse brutalmente de su estado inconsciente sin querer permitirle a Roberto, fortalecer en algún momento su sospecha. Lograron pasar el día sin ningún contratiempo adicional al que transcurría por la mente de Débora, aunque terminaron el día con una noche ardiente y romántica, Roberto decide irse a su casa y dejar que Débora aclare sus ideas, pues aquella sospecha que seguía intacta, no lo abandonó en ningún momento.

A la mañana del solsticio, Débora se despertó a las seis en punto, como todos los días, pero esta vez sin fuerzas, había sido una larga noche de encuentros íntimos con su mente y resultó ser algo más estresante que el haber decidido pensar en otro momento. Se levantó de la cama, se dirigió a la cocina a prender la cafetera y el calentador. Prendió el estéreo y se metió a la ducha. Su cabeza seguía revoloteando como cual mariposa perdida en una habitación totalmente cerrada, se movía inconscientemente victima de la rutina diaria. Se vistió, se tomó una buena taza de café y salió directo al buzón de correo. Ni se había acordado, que la noche anterior había pasado sin revisarlo y por pura ironía se sentía más ecuánime esa misma mañana, era un poco más de las ocho y media de la mañana y así, logró visualizarlo de frente al corredor del lobby.

De inmediato se le vinieron imágenes de todo lo ocurrido el día anterior, se dirigió a abrirlo con la sutileza de todos los días cuando abre su caja de buzón, en el que encuentra sobres que contienen invitaciones diarias a endeudarse con el régimen bancario. Mayor fue su sorpresa encontrarse con un sobre muy inusual, un sobre que nunca había llegado a su caja de buzón y mucho menos de esas magnitudes. Lo sujeta con fuerza y logra sacarlo con algo de dificultad. Le asalta la inquietud de quién podría ser el remitente, de todas maneras intuía que era su madre, pues no tenía otro contacto diferente a ella por fuera del país o dentro de él, a no ser Roberto y su familia. Sin embargo fluía la duda dentro de ella. Con el sobre en la mano y con la duda merodeando por ahí, decide devolverse al apartamento para saber qué información es la que aquel sobre misterioso contiene.

Sube por el ascensor y abre la puerta del apartamento un poco atareada, se va directo a la cocina a reciclar el café que quedó dispuesto en la cafetera y se sienta en la sala para destaparlo. Lo abre con delicadeza para no romperlo y se encuentra con un sinfín de hojas marcadas con la letra de Raquel, no lograba entender por que había tanto que decir si todos los días se escribían o se hablaban por teléfono. Sin embargo el tiempo se detuvo por muchos minutos mientras comenzaba a leer.
Santafé de Bogotá, 19 de diciembre de 2007

Querida y adorada hija:

Te sorprenderás por el contenido de esta carta y probablemente dejes de hablarme por mucho tiempo y decidas alejarte de mí. Pero necesito de una vez por todas confesarte algo que he tenido guardado desde que naciste y que por el hecho de que nunca te interesó saberlo, no hice un mayor esfuerzo para decírtelo. Pero ahora es el tiempo y más aún que sé que estás muy enamorada de Roberto y que decidieron de alguna manera legalizar su noviazgo.
Es un muchacho muy simpático, me cayó muy bien, pero antes de que te cases o te vayas a vivir con él, tengo que decirte que no debes estar con él. Es probable que en este momento dejes de leer esta carta, pero por favor, termina por que es importante lo que te voy a decir:

“NO DEBES ESTAR CON ÉL, POR QUE RAÚL ES TU PADRE”…

Se quedó estupefacta y soltó el manojo de hojas al mismo tiempo que dejó de respirar. Para Débora fue como sí se le cayera el mundo a pedacitos y se desdibujara a raíz de una lavada con trementina. No siguió leyendo, prefirió encerrarse todo el día, sin ni siquiera mirar a la ventana a causa de aquella tormenta del solsticio de invierno, sin contestar el teléfono, sin comer en todo el día y con el manojo de hojas esperando ser leídas en su totalidad.

1 comentario:

Narrativas II dijo...

Me gustaría que miraras un poco más despacio la forma como Raquel le habla a su hija, creo que el trato entre ellas debe ser muy diferente, más por la atmósfera que has creado alrededor de sus vidas y sus sensibilidades. El texto está bien elaborado, largo, pero bien elaborado. Y digo largo porque en clase a ratos luchas con un párrafo, pero apareces con estos inmensos. Te recomiendo leer Electra y ver una película de Louis Malle que se llama Obsesión, es con Juliette Binoche y Jeremy Irons.