lunes, abril 07, 2008

Confrontación y un nuevo encuentro

Es un día agitado. Débora decide viajar a Colombia para confrontarse con su madre y averiguar sobre la realidad de Raúl y Roberto. Su necesidad de saber todo lo que respecta de su padre se despierta una vez lee completamente aquella carta que recibió unos días antes.

Débora prepara sus maletas con un afán proveniente de la ansiedad y las ganas de teletransportarse hacia Colombia con sólo cerrar los ojos. Roberto la espera en la puerta del edificio y la lleva al aeropuerto. Durante el trayecto hablan de todo un poco, asegurándole que sólo será por un tiempo, mientras ella aclara sus ideas y descubre situaciones de su pasado que son necesarias para seguir adelante con su relación. Él la entiende, aunque no sepa a ciencia cierta de qué se trata todo este asunto. Llegan, se despiden y Débora emprende vuelo hacia la ciudad de Bogotá.

Raquel la espera en su casa con la cena servida y una botella de vino para pasar los tragos amargos de la situación. Llega el taxi, suena el timbre, acompañado de un golpe en la puerta.

- ¡Hola mamá, ya llegué!
- Hola mi amor, ¿cómo te fue?
- Bien, aunque un poco ansiosa, no veía la hora de llegar y que ojalá fuera en el menor tiempo posible. Menos mal el vuelo no se retrasó por que ahí sí sería el tope. Me hubiera muerto de los nervios.
- Ven, siéntate que la cena está servida... Además te tengo el vino que más nos gusta para que hablemos largo y tendido.
- ¡Qué rico! pero que pesar, por que casi no tengo hambre...
- No importa, ven y te sientas.
- Bueno, por favor dime qué es lo que pasa, por que me estoy muriendo de la angustia y por favor, sirvámonos una copa.
- Pues cuando llegué a Boston y me encontré con tu papá, casi me da un paro cardíaco, quedé en shock de verlo después de veinticinco años. Me tocó disimular para que no te dieras cuenta, por que o sino hubiera sido un caos total en ese momento. Un día, que tú estabas en ensayo, llamé a Raúl para contarle toda la verdad y para que me ayudara a solucionar qué íbamos a hacer contigo y Roberto. Fuimos a almorzar. Le dije de sopetón que habíamos tenido una hija y que eras tú.
- ¿Y qué dijo?
- Se quedó estupefacto y por consiguiente no comió nada.
- ¿Y entonces?
- Le dije que estaba muy preocupada, por que cómo era posible que la vida los hubiera acercado de esa manera y que peor aún, que te hubieras enamorado de su hijo.
- ¡No puede ser! No puede ser que la vida sea así conmigo, yo no he podido hablar con Roberto después de que recibí tu carta. La verdad, es que me siento horrible, por que Raúl se había convertido en algo más que un suegro o un amigo. Un día antes de recibir tu carta, me di cuenta de que Raúl me llamaba la atención mamá, ¿Lo puedes creer?
- ¿Qué? ¿Cómo así? ¿Qué es lo que ha pasado Débora?
- Que estoy confundida, siento que Raúl me gusta… Y resulta que ahora me doy cuenta de que es mi padre, además es el padre de mi novio y para acabar de completar mi novio es mi propio hermano.
- ¡Nooooo! Espérate. Tampoco te martirices así. De pronto sí es una confusión, por que no creas, el hecho de que tu lleves su sangre, implica que te sientas atraída de alguna manera por él y también por que nunca has tenido un padre y como ha habido una cercanía a él como una figura paterna. Además… Hay otra cosa que te tengo que decir y que no te lo dije en la carta.
- ¿Cómo así? ¿Más?
- Si. Lo siento mi amor, mi intención no era separarte de Roberto. Es que no quise decirte toda la verdad por que quería que vinieras a hablar personalmente conmigo y así poder aclararte muchas dudas.
- ¡Ay mamá!... ¡Dime todo de una vez!
- Cuando Raúl y yo estábamos almorzando, le conté que tú eras su hija y que no podías estar con Roberto por que era tu hermano y que por supuesto, teníamos que hacer algo para que se dieran cuenta sin llegar a lastimarlos.
- Ajá.
- En ese momento, me dijo que me tranquilizara. Me contó que Roberto no era su hijo. Que se había encontrado con Virginia en Boston, un tiempo después de que tú naciste. Ella estaba casada con el papá de Roberto y se veían los tres muy seguido por que habían sido amigos desde la universidad. Cuando Roberto tenía un año de vida, Virginia enviudó y a los dos años más o menos, Raúl y Virginia se casaron. Raúl nunca se enteró que tenía una hija conmigo y siempre quiso a Roberto como si fuera su propio hijo y después nació Juan, que sí es hijo de Raúl.
- ¿Juan es mi hermano? ¿Tengo un hermano y no lo sabía? Me siento muy mal. Esto ha sido muy duro para mí. Necesito tomar un poco de aire y asimilar toda esta situación. Ya vengo.

Débora se retira de la habitación. Sale de la casa a tomar aire fresco para pensar por un buen rato, se lleva consigo su flauta y llega a una pequeña estación del tren que queda cerca de la casa de Raquel. Camina por los alrededores y se sienta en un viejo vagón a tocar la flauta al mismo tiempo que piensa en todo lo que acaba de enterarse. Mientras suena las bellas tonadas de su flauta compañera, visualiza a un anciano de unos setenta y cinco años de edad, que viene acercándose con una cara que refleja una vida llena de tristeza.

- ¡Buenas noches!
- ¡Buenas noches!
- ¡No! Por favor… No deje de tocar. Esa bella melodía me acuerda de alguien muy especial, a quien recuerdo mucho.
- Bueno.

Mientras Débora sigue tocando, aquel señor le infunde una calma abundante y se siente segura y confiada para seguir ahí sentada. Termina la tonada.

- ¿Y a quién le recuerda esta canción?
- A mi abuelo. Fue mi maestro y mi mentor en todo lo que yo sé hacer. Lo recuerdo con mucha admiración y respeto.
- ¿Y usted a qué se dedica?
- Soy maquinista de trenes. Lo he sido durante toda mi vida. Mi abuelo fue quien me enseñó todo lo que sé hacer. Lo extraño muchísimo.
- ¿Y qué le pasó?
- Murió hace muchos años.
- ¡Cuánto lo siento!
- No te preocupes… Esta situación me ha marcado de por vida y creo que sigo cargando el peso de una culpa que no logro desaparecer.

Comienzan a salir lágrimas de sus ojos, mientras cuenta su relato y Débora al verlo siente un nudo en la garganta dejando largar lágrimas por sus mejillas también. Sintieron una tranquilidad enorme y una gran conexión muy familiar desde un comienzo.

- Bueno… Aún no me has dicho tu nombre.
- Débora, me llamo Débora.
- Yo me llamo Augusto de Jesús. Para servirte.
- Gracias Don Augusto.

Los dos sonríen al mismo tiempo que estrechan sus manos en señal del comienzo de una gran amistad.

- ¿Pero qué hace una niña como tú por estos lares tan sola?
- Estoy tratando de entender. Me acabo de enterar de algo que me va a cambiar la vida para siempre.
- Bueno, si me lo permite, soy experto en situaciones que le pueden cambiar la vida a alguien. Si deseas contarme, con mucho gusto te puedo escuchar.
- Gracias por la oferta… La verdad sí me gustaría saber qué piensa alguien que no tenga que ver nada con mi familia.
- Por supuesto. Soy todo oídos.

Débora sonríe. Inmediatamente se siente en confianza para contarle sobre lo que se había enterado hace unas pocas horas a aquel amable señor que comenzó a ser su mejor consejero desde ese momento. Los dos, se sintieron a gusto y el tiempo transcurrió sin ninguna intervención.

1 comentario:

Narrativas II dijo...

No Lorena. Creo que este texto debes rehacerlo por completo, primero, no creo que Raquel le oculte algo como el hecho de que Roberto y Débora no sean hermanos, simplemente le dice que necesitan verse, hablar sobre todo el asunto. Todo lo que no querías que es resolverla como melodrama, se da. Nadie emprende una conversación de estas apenas entra con maletas a la casa. Y menos se sale de la casa, así y zas, encuentro con Augusto.