martes, febrero 26, 2008

La historia de Débora

El mismo día en que Débora cumple 25 años, se gradúa de la Universidad con honores. A raíz de eso, la Universidad le otorga una beca para participar en la orquesta sinfónica de Boston. La decisión de irse para Estados Unidos se ve un poco afectada por Francisco y su madre, por ser las personas con que ella ha pasado la mayor parte de su vida.

Sin embargo, la relación con Francisco no va muy bien, pues sus proyectos de vida cambian y mientras ella quiere ser exitosa y reconocida algún día en lo que hace, él quiere seguir trabajando de empleado sin interesarle surgir o ascender a un puesto mejor, además, para él es muy difícil dejar su trabajo, su país y su familia. Esta situación deja muy indecisa a Débora, pues aunque ella quiere mucho a Francisco, enfrentar su futuro y no dejarse frenar, se vuelve mucho más importante.

De esta manera, la relación se torna un tanto incómoda, pues los deseos de Francisco por casarse con Débora, lo intranquilizan y lo convierten en una persona intolerante e impaciente. Se dedica entonces, a presionarla de tal manera, que para ella, casarse se vuelve una posibilidad muy lejana en su vida. Es ahí, cuando ella se hace más consciente de que esa beca, es la plataforma que necesita para lograr lo que siempre ha deseado, ser exitosa.

Su madre Raquel por el contrario, es su apoyo constante e incondicional, de manera indirecta intercede para que Débora decida hacer su futuro profesional y decida tomar esta oportunidad única en la vida y con la tristeza del mundo, le ayuda a buscar alojamiento con su vieja amiga Virginia y todo lo que su hija necesita para su estadía en Boston. Muy en el fondo reconoce que Francisco no es el hombre para ella, por ser un hombre con otra forma de vivir y de ver la vida distinta a Débora y sabe que ella necesita experimentar más cosas, antes de tomar una decisión tan radical como lo es casarse.

En una invitación que Francisco le hace a Débora para decirle lo que él más desea con todas sus fuerzas, casarse con ella, le confiesa, antes de que él comience a hablar, su decisión de irse para los Estados Unidos. Él queda devastado y decide alejarse de Débora, sin más resignación que la tristeza y el dolor que le queda en su corazón.

En la despedida que Raquel le organiza en casa, con sus abuelos, su tía y su primo, Débora experimenta un sin número de sensaciones que la hacen reflexionar de su decisión. Se siente feliz, pero a la vez muy triste, pues el hecho de irse a otro país, sola y sin familia, es vivir algo que ella nunca ha vivido. Sin embargo, por el mismo hecho de pensar que va a conocer otro lugar, otro mundo, otra gente, la hace emocionarse cada vez más, para continuar su rumbo sin paradas ni estadías.

Comienza entonces a organizar todo para su viaje.

Llega el día del viaje, Raquel la lleva al aeropuerto para despedirla, en compañía de sus abuelos, su tía y su primo. Antes de entrar a la sala de espera internacional, se despide con lágrimas en los ojos y con la garganta quebrada le agradece a su mamá todo lo que hizo por ella, abraza a sus abuelos y pasa por la puerta sin dejar de voltear para buscar con la mirada a su familia y se encuentra con la mirada de Francisco que se ve medio escondido detrás de una columna atravesada en la mitad del hall. No puede retrocederse, así que se queda mirándolo sin poder decirle adiós.

Llega a la sala de espera y con la tristeza a flor de piel, se encuentra de frente con un hombre, guapo, reluciente, de unos 50 años de edad, solo, sentado esperando a que lo llamaran para migración. No le quita la mirada de encima por lo menos por unos diez minutos, siente como si lo conociera de toda la vida. Hasta que no le puede prestar más atención, por estar pendiente en la salida de migración, de su equipaje y sus documentos.

Cuando sube al avión, en la columna del lado izquierdo, ve que aquel hombre está sentado en la otra ventana, de su misma fila. Las demás sillas permanecen vacías durante todo el viaje pero Débora prefiere dedicarse a escuchar música, ver películas y a leer las revistas que permanecen colgadas en el asiento de adelante, para disipar la ansiedad que permanece arraigada en ella, sin decidir hablarle en ningún momento.

Cuando su avión llega a su lugar de origen, con la expectativa de encontrarse con la persona que su mamá le contactó para su hospedaje. Aunque el proceso para llegar a la salida del aeropuerto es un poco largo, ella trata de ir con calma y hacer lo que debe hacer sin ninguna prisa. El tiempo se convierte en eternidad y las horas se acortan al pensar que ya casi va a llegar a su verdadero destino.

Después de un par de horas en aquella espera, haciendo el trámite de inmigración, fue admitida por el control de entrada a los Estados Unidos. Muy emocionada se fue en busca de su equipaje. Trata de alguna manera visualizar a aquel hombre, sin lograr encontrarlo, aunque no deja de sentir algo que le dice que lo volverá a ver.

Sale al lugar donde la van a recoger. Retrasada media hora de lo acordado con Virginia, llega y no ve a nadie, voltea a su alrededor para buscar un teléfono y se encuentra con la mirada de aquel hombre, quien se encuentra en compañía de un muchacho joven de unos 23 años y muy atractivo, que tiene un cartel en la mano que dice “Débora”.

Su sorpresa fue tal, que dura unos minutos en tratar de comprender que el cartel es para ella, pues en primera medida espera a Virginia, pero ella no puede ir al lugar del encuentro, por tener que quedarse en la oficina hasta más tarde. Así que manda a su hijo Roberto para que la recoja y la lleve al aparta estudio que le renta por intermedio de Raquel. En ese momento, se entera que aquel hombre, Raúl, es el esposo de Virginia.

Mientras tanto, en el auto comienza a entablar conversación con Roberto, pues entran en confianza casi de inmediato, empiezan a contarse de su vida y de las cosas que hace cada uno. Por primera vez, Débora se siente hablando más de la cuenta pero sin sentirse intimidada, por el contrario, siente que puede hacerlo, gracias a que Roberto se ve muy interesado en lo que ella dice.

Raúl por el contrario, permanece en silencio durante todo el camino, totalmente distraído ve por la ventana cómo la ciudad pasa sin detenerse. No sabe que Débora venía con él en aquel vuelo y mucho menos que estaba recomendada por Virginia, lo único que sabe es que estaba por llegar una muchacha de Bogotá a quedarse en el aparta estudio que tenían en renta.

Raúl llevaba dos meses en Colombia por cuestiones de trabajo y ya se había cumplido el tiempo de su permanencia en Bogotá, de esta manera regresa a su casa a seguir con sus labores cotidianas. En un momento del trayecto, le sugiere a Roberto que lo lleve primero a él, a causa del cansancio proveniente de aquel largo viaje y su único propósito en ese momento, es llegar a descansar cuanto antes. Para Débora no existe ningún inconveniente, pues de esta manera puede aprovechar la situación para seguir hablando con Roberto.

De esta manera, dejan a Raúl y Roberto toma el rumbo para llevar a Débora directo al aparta estudio. Le ayuda con sus maletas y le muestra el lugar. El apartamento es grande, confortable y luminoso, a pesar de la oscuridad que aparece cuando despierta la noche. Débora de inmediato se siente muy cómoda con el ambiente que le da el mobiliario a aquel lugar en donde irá a pasar los próximos cuatro años de su vida.

Sin duda alguna hay una química muy fuerte y latente entre Débora y Roberto y aunque no se hace consciente ese mismo instante en que se conocen, deciden de mutuo acuerdo, encontrarse unas horas más tarde, para salir.

Hablan toda la noche después de ir a cenar, departen entre cerveza, música de rocola y charla, en un pub inglés en el down town. Es una noche romántica, llena de ilusión, de encanto, de atracción, de fugacidad e informalidad y logran darse cuenta que tienen gustos muy afines.


Roberto es artista plástico y diseñador gráfico, le gusta la combinación entre arte y tecnología. Le gusta la música electrónica, especialmente la que tiene fusión con otros ritmos, le gusta la buena comida y también la cerveza. Le gusta poco ir de rumba, prefiere salir a caminar por la bahía solo o con una buena compañía, es aventurero, le gusta el aire, la naturaleza, los bosques, el mar y los deportes extremos.


En estos momentos está montando una empresa con su hermano Juan de 21 años, también diseñador gráfico, en la que trabajan la mayor parte del tiempo, su ideal es tener mucho dinero para viajar por el mundo y obtener todo lo que necesite. Cada medio año viaja a un lugar que no conozca, muchas veces solo o en compañía de Juan, quien lo acompaña la mayoría de las veces o simplemente se acompaña de la joven que esté con él en ese momento. Desde pequeños, Roberto y Juan han sido hermanos inseparables.

De manera que Débora y Roberto comienzan una relación sentimental, llena de pasiones y altibajos, pero sobre todo intensa y de la cual Débora nunca se llega a imaginar que fuera a vivir, pues el hecho de ser un muchacho menor que ella, es una total ironía en su vida sentimental sin llegar a imaginarse jamás, sentirse totalmente plena y feliz compartiendo los momentos en que los dos están juntos y se sienten libres.

Débora ya instalada en la ciudad, la mayor parte del tiempo permanece en los ensayos de la sinfónica y en casa estudiando su instrumento, su principal ideal es destacarse cada vez más, para ser la mejor intérprete de la flauta traversa en la orquesta. Debe trabajar muy duro, para lograr su objetivo obtener un puesto fijo, después de un año de prueba.

Ninguno define su relación como un noviazgo, simplemente se ven para acompañarse y conocer nuevas experiencias juntos y por esto, no hablan casi nunca de sus familias, aunque Débora va mucho a la casa de Roberto, por Virginia, quien la invita a pasar tiempo con ellos.

En los momentos libres, Débora y Roberto buscan pasar tiempo juntos y cada encuentro evidencian lo que sienten el uno por el otro. Es un amor intenso, donde el deseo, la atracción y la amistad son los elementos que se conjugan y hacen que los dos se sientan muy bien en compañía del otro. También comparten con Juan y su novia Natalie; viajan, viven, experimentan, les gusta reírse, hablar hasta tarde y reforzar una amistad entre los cuatro.

Después de un año de ensayos con la orquesta, Débora logra obtener el puesto que tanto desea y le ofrecen hacer su primer debut como solista. Debido a esto, por ser una extranjera y por ser un logro muy difícil de obtener, invita a su madre para que la acompañe en ese momento tan especial.

Débora y Roberto deciden entonces hacer oficial su relación, después de un año de estar saliendo. Quieren seguir juntos y aprovechan que Raquel viene a visitar a su hija, para presentarla de una vez, con la familia de Roberto.

Raquel llega a Boston una noche antes del concierto de Débora, las dos están felices de verse después de un año de estar separadas. Débora la recoge en el aeropuerto con Roberto, con la sorpresa de conocerlo en persona, pues Débora le ha hablado mucho de él. La llevan a cenar y hablan por un largo rato. Luego se van hija y madre a descansar.

Raquel se siente feliz y tranquila por la relación que tiene su hija con Roberto, siente que se entienden muy bien, según lo que Débora le cuenta, cada vez que la llama o le escribe y lo ratifica una vez llega a Boston. Siempre tuvo la esperanza de que Débora lograra tener una relación con alguien parecido a su edad, aunque siempre ha sentido que su hija es lo suficientemente madura para saber decidir por ella misma, lo que le conviene.

Llega el día del concierto.


Desde muy temprano se levantan y van al salón para arreglarse y ponerse para la ocasión, cada una ya tiene su vestido y sólo es salir del salón, para ir a almorzar, cambiarse y dirigirse al Simphony Hall. También Roberto, Virginia, Raúl, Juan y Natalie acompañan a Débora en su debut; lo que para Raquel se convierte en un día difícil, lleno de incertidumbres y certezas, pues ella sabe, desde antes de ir a Boston, que se encontrará con Raúl. Ella sabe de su vida desde el mismo instante en que él se va y Débora nace. Sin embargo, trata de estar tranquila y de disfrutar el momento al máximo, sin dedicarse a pensar en nada más.

El concierto es todo un éxito, la prensa, la radio y la televisión esperan a Débora para hacerle publicidad y entrevistarla en los medios. Feliz, siente que este es el comienzo de su carrera, con esta demostración tiene su puesto asegurado en la sinfónica y además, le ofrecen ir a Inglaterra por un tiempo a dictar clases en el New England Conservatory.

Débora se decide, sigue en la sinfónica muy contenta y viaja por épocas a Inglaterra en compañía de Roberto, quien aprovecha el viaje para recorrer Europa con Débora y hacer negocios. Raquel vuelve a Colombia y Débora sigue compartiendo con la familia de Roberto, como si fuera su propia familia en Boston.

miércoles, febrero 20, 2008

Yo y mi universo único


Todos los días me levanto a las seis de la mañana en punto, en el momento en que la luz tenue del amanecer, revienta por aquella persiana de bambú que tengo colgada en mi ventana. Es mi reloj biológico, lo sé por que no tengo la necesidad de poner un despertador, ni siquiera los días en que amanece lloviendo y los amaneceres se vuelven atardeceres o cuando el frío más aterrador azota sin piedad mi habitación.


Es una facultad que mi madre aún no ha podido desarrollar, pese a que lo hace con un esfuerzo único, lo que funciona para poder levantarse a trabajar todas las mañanas. Para ella los fines de semana son sinónimo de dormir hasta tarde, algo que para mí se convierten en días para leer aún más y de estar conmigo misma desde el mismo instante en que esa pequeña luz de las seis de la mañana, aparece a través de mi ventana.

Siempre que abro los ojos, percibo el olor del café caliente que hace Mariela por las mañanas para comenzar el día. Me acerco a la ventana y una vez que abro la persiana me dedico a contemplar unos minutos a aquel guayacán morado que florece cada seis meses como es debido. Es mi árbol preferido, creo que fue uno de las razones por las cuales mi mamá y yo, decidimos mudarnos a esta casa. Ahora sí, comienzo totalmente feliz mi día.

Prendo mi estéreo para escuchar música en mp3, que bajo de Internet o que mis compañeros de la universidad me pasan para copiarla. Me encanta la música, por algo será que estudio para ser músico profesional. Estoy perfeccionando mi arte de tocar la flauta traversa y dentro de un mes, tengo mi primer recital. Va a ser muy emocionante, he esperado años para hacer lo que estoy haciendo y me estoy preparando muy bien, para salir excelente.

Casi todos los días pongo música del mundo para ir a la ducha, más que todo música brasilera; me gusta Rosana Simpson, tiene una voz súper suave y encantadora, soy de las que le gusta escuchar cantar a alguien que me haga vibrar con su buena voz. Mientras canta con su voz melodiosa, abro la ducha tibia de mi baño y empiezo a cantar sus canciones a viva voz. Salto, grito, canto, bailo, hago todo lo que pueda quitarme cualquier resto de pereza contagiada de un día tradicional de la ciudad de Bogotá.

Es un baño de media hora, en el que me desentiendo de lo que tengo que hacer en el día. Salgo directamente a vestirme, no me gusta la ropa formal, siempre trato de sentirme cómoda, chaquetas, jeans, buzos, blusas, botas, zapatos tenis, accesorios no pueden faltar. Soy amante de los olores de frutas y por eso tengo varios perfumes que pasan desde la cereza hasta la vainilla. Me apasionan los buenos olores y no hay como un hombre que huela muy bien.
Me termino de vestir y comienzo a organizar toda mi habitación. No me gusta el desorden, prefiero demorarme cinco minutos más con tal de tener todo bien ordenado y limpio. Es un ritual que he tenido desde muy pequeña. No sé si mi madre me lo enseñó, realmente no lo creo, pero sí recuerdo que me surgió un día en que fui consciente de que existía el desorden en la vida de alguien, mi tía Antonia.

Una vez lista mi habitación, apago mi estéreo y bajo a desayunar. Mi madre me está esperando, como todos los días lo hace; nos gusta pasar tiempo juntas y tratamos de desayunar y cenar casi siempre, aunque hay días en que el trabajo y el estudio, no nos permiten ponernos de acuerdo en los horarios y cuando no cenamos en la casa, buscamos la forma de ir a algún restaurante a comer pasta o comida árabe, acompañada de un buen vino. Si, el vino. Siempre fue una tradición en mi casa, acompañar una excelente cena con un excelente vino.

Para el desayuno nos gusta tomarnos algo muy suave; el café que no puede faltar y las galletas o tajadas de pan tostado con queso fundido. Luego se comienza a hacer tarde y comenzamos a correr para alcanzar a llegar a tiempo a nuestras actividades cotidianas y ahí comienza realmente mi día.

Francisco la mayoría de las veces pasa por mí, aunque mi mamá podría llevarme a la universidad, él prefiere hacerlo para poder vernos por lo menos dos veces en el día, un rato en la mañana y otro rato en la noche. A veces resulta complicado vernos en la noche, por tener mucho que hacer por parte de ambos, sin embargo preferimos también pasar más tiempo juntos los fines de semana, después del medio día o a partir del almuerzo y aprovechamos el tiempo que tengo, cuando no voy donde mis abuelos.

Me parece divertido pasar tiempo con él, aunque también me gusta estar sola y hacer cosas que a mí me gusta hacer y que a él no le gustan. De vez en cuando por ejemplo, me gusta fumarme un porro y sentarme en el sofá de mi habitación y disfrutar de una buena lectura y comenzar a ilustrar en mi mente lo que las letras, palabras y frases salen de aquel papel o simplemente me pongo a tocar mi flauta, sintiendo como fluye la música a través de mi instrumento. Es una sensación que nunca Francisco va a comprender, por que siempre será tan cuadriculado y tan perfecto como pueda ser.

Realmente eso no me estresa, por que siempre he sido clara y transparente con él, pues desde que me conoció lo hago y hasta mi mamá lo sabe y aunque no le gusta, lo respeta. Ella entiende que no es un vicio, sino un gusto por aislarme del mundo por unos instantes. No más. Igual sólo lo hago algunos días en las noches y en mi casa. Aprendí que boletearse en la calle no es muy agradable que digamos.

Soy muy hogareña; cuando voy a la universidad paso poco tiempo allá y procuro ir a mi casa una vez que se acaben las clases. Sin embargo, me gusta ir a un café o un barcito a tomar cerveza y escuchar música con mis amigos, con Francisco o mi mamá.

Cuando vuelvo a la calidez de mi hogar, aunque el frío azote sin piedad mi habitación, vuelvo a sentir la misma paz que siento todas las mañanas, cada vez que esa luz tenue del amanecer, revienta por aquella persiana de bambú que tengo colgada en mi ventana, todos los días, a las seis de la mañana.


viernes, febrero 08, 2008

Diálogo inevitable



Hola Débora… ¿cómo estás?
Ah… hola ¿cómo has estado?...
Muy bien ¿Estás muy ocupada?
No. Estaba aquí leyendo lo que nos dejaste para la clase de gramática musical, pero ya casi me voy para mi casa.
Me parece muy bien por que o sino te rajaré despiadadamente.
Ja! Que risa me da, yo soy buena estudiante.
De eso no me queda la menor duda...¿Te gustaría que te lleve? Tengo el carro a unos metros de aquí.
Pues bueno… pero tengo que recoger mis cosas que están en mi locker.
Bueno, ve tranquila, yo te espero.
Listo... ya vengo.
¡Uy... volviste rápido!... ¡vamos pues!.. ven te ayudo con eso.
Gracias.
Pero cuéntame… ¿Qué has hecho el día de hoy?
He tenido clase todo el día, ha estado un poco pesado y estoy súper cansada.
Ahhh no digas, pensé que de pronto te podía invitar a tomar un café para que habláramos un rato.
Pueees... podría ser, sino que tengo que hacer unas cosas ahora que llegue a mi casa.
¡Ven!… ven conmigo y te prometo que te llevo a tu casa temprano para que puedas hacer tus cosas, sin trasnocharte… Ah… ésta alarma funciona cada vez que se le da la gana, espérame un momento y trata de aguantar un poquito el ruido.
No te preocupes, que el frío que está haciendo aquí afuera, no me va a dejar ponerle atención a algún sonido estruendoso.
Listo… ya… ven te abro la puerta para que no te vayas a congelar ahí parada.
Gracias, que amabilidad de tu parte.
Para que veas que todavía existen los caballeros.
¿Quieres escuchar música? ¿Qué te gusta? Tengo Pedro Guerra, Charlie García, Fito Paez, Silvio Rodríguez…
¿Tienes Pedro Guerra? Hay una canción de él que me encanta, en realidad me gustan todas, pero esa es bellísima.
¿Cuál es?
Quiere, se llama “Quiere”…
Sí... esa la tengo… y sé muy bien por qué es tan bella esa canción… Si te gusta tanto, puedo saber qué es lo que tú quieres en realidad.
Digamos que te puedes acercar a lo que quiero, por que además de eso… ¡quiero más!
¡Uy!… de eso me gustaría enterarme, si tu me lo permites… ¿Al fin qué decidiste? ¿Nos tomamos un café y hablamos de lo que pasó ayer?
¿Así tan directa fue la invitación? Pensé que sólo querías hablar…
Pues ya que salimos de la universidad y que estamos aquí los dos solos, podemos hablar más abiertamente.
Ay Eduardo… me pones en una situación muy complicada…
No hagas que te ruegue… En realidad quiero hablar contigo… quiero pasar aunque sea un rato contigo.
Es que no es cuestión de rogarme… tu sabes que no podemos… por que cada que te veo me tiemblan las piernas y no puedo soportar estar tan cerca de ti…
¿Y eso no es bueno? A mi también me pasa lo mismo…
Pero es diferente… tu no tienes nada que te impida estar con alguien
Ok… yo te entiendo… pero tómate un cafecito conmigo y hablamos.
Hmmm… Está bien… ¡Vamos!

miércoles, febrero 06, 2008

Débora

Débora nació en la ciudad de Bogotá, el día en que su madre cumplía veinte años y en que por esos azares de la vida, era el día de la independencia en su país, Colombia. Era una bebé hermosa, todo el que se acercaba a verla, se quedaba mirándola con una paz nunca imaginable.

Su madre estaba feliz, aunque repleta de un miedo imperceptible, que se disfrazaba cada vez que contemplaba a esa criatura que había salido de su vientre. No podía creer que fuera madre a tan temprana edad.

Su padre por el contrario, no se enteró de que tenía una hija, pues la madre de Débora, Raquel, no pudo decírselo, debido a que su relación terminó unos días antes de saber que estaba embarazada. Raúl, quién en ese entonces tenía veinticinco años, inmediatamente se fue del país a buscar nuevos horizontes y otras formas de vivir.

Aunque Débora no conocía a su padre, siempre tuvo la fortuna de vivir con una familia muy unida que le enseñaron lo valioso de la vida. Su madre vivía con su madre Isabel de 45 años, su padre Federico de 50 y su hermana menor Antonia de 18.

Como era tan joven, Raquel estaba estudiando en la universidad y sus padres le ayudaban económicamente para que terminara sus estudios y para el sostenimiento de Débora. Sin embargo, ella se ayudaba trabajando en una librería los fines de semana, en donde le pagaban el mínimo de pesos por hora, de esta forma logró terminar sus estudios de diseñadora gráfica a la edad de 25 años.

Débora creció en medio de mucho amor, comprensión y muy buena energía. Tenían una situación económica muy estable, pues Federico trabajaba en una prestigiosa compañía como gerente e Isabel era decoradora de interiores y tenía su propia empresa.

A la edad de cinco años, Débora entró a uno de los mejores colegios de su ciudad, rodeada de un ambiente muy artístico y diferente. La educación en aquella institución se diferenciaba de las demás por impartir el conocimiento basado en la libertad, en los cuentos, el arte y la música. Para Débora fue una etapa muy importante en su vida, en la que creció con la posibilidad de expresarse sin inhibiciones ni tapujos.

Fue una niña muy tranquila, con muchos amigos, aunque a veces la gente se chocaba con ella, antes de conocerla, por ser un poco seria y tímida. Siempre fue una de las mejores de su clase, muy inteligente y dedicada a su estudio. Se destacaba por hacer intervenciones muy ecuánimes y concretas, definiéndose como alguien con más edad de la que tenía en realidad.

uando Débora terminó la primaria, Raquel terminó la universidad y comenzó a trabajar en una agencia publicitaria. Ya tenía la posibilidad de abrir su camino y de independizarse. Así que rentó un apartamento y se llevó a Débora consigo. Pero nunca dejó de visitar a sus padres, , los fines de semana se convirtieron en rito y tradición familiar. Raquel estaba feliz por que ya estaba recogiendo los frutos de su esfuerzo y dedicación. Antonia, su hermana, también hizo su propio rumbo, se casó y tuvo un hijo llamado Fabián.

Débora siempre fue muy hermosa y en la adolescencia, era aún más atractiva, desde el colegio tuvo muchos pretendientes, aunque a ella no le interesaban los niños de su misma edad. Le gustaba salir con su mamá y sus amigos, pues como tenía una mamá tan joven, tenían una excelente relación y la pasaban muy bien juntas, como si fueran hermanas.

Cuando tenía quince años, Débora se fue interesando por los amigos de su madre, con los que conversaba con una fluidez, como si fuera alguien mucho mayor. En una salida con Raquel, conoció a un compañero de trabajo, quien era 10 años mayor que Débora. Francisco, tenía 25 años. Él trabajaba como practicante en la agencia en que trabajaba Raquel y como ella siempre se veía más joven de lo que era, pues se hicieron muy amigos y comenzaron a aprender a nivel laboral el uno del otro.

Cada quince días, todos los compañeros de trabajo de Raquel salían al mismo café bar a conversar un rato y a distraerse de la rutina de trabajo y Débora siempre iba, aunque ya era con la ilusión de ver a Francisco. Se hicieron muy amigos al principio, se contaban todo y hablaban hasta de lo que no le gustaba al uno o al otro. Había mucha química entre ellos, conversaban la mayor parte del tiempo los dos, antes de integrarse con los demás y en una de esas salidas, se hicieron novios.

Terminó el colegio y Débora entró a estudiar música en la universidad. Ya tiene 18 años y lleva tres años con Francisco. Siguen muy enamorados y con muchas intensiones de casarse.

De su padre hasta el momento no ha sabido nada, pero tampoco le ha llamado la atención buscarlo o preguntar por él. Su madre sigue trabajando en la misma agencia, pero la ascendieron a gerente y en lo que lleva del año subieron las ventas en un cincuenta por ciento. Conoció a Iván con quien se casó y vive muy feliz. Él tiene una muy buena relación con Débora y se llevan muy bien.

Sus abuelos se jubilaron y viven en las afueras de la ciudad en una casa campestre en donde pasan el día leyendo, cultivando flores y caminando por los alrededores. Débora los sigue visitando los fines de semana, en compañía de su madre y de su tía Antonia, quien se separó de su esposo y vive con su hijo en el apartamento que le quedó del divorcio.